martes, 30 de enero de 2007

EN DESPELOTE CONTINUO


Vamos hoy con una de costumbrismo, si ustedes no mandan otra cosa. Hablemos de la sana costumbre que tiene mucho personal de quedarse en bolas para que los tíos de las afotos y las cámaras lo saquen en los telediarios, almanaques, revistas de las bragas y calzoncillos o en la hoja parroquial. Son muchos los que se ponen en porretas, bien sea para protestar por la inflación del jamón de york, bien para colaborar para la ONG “Salvemos al pimiento morrón”, bien porque simplemente les sale de sus partes. Un despelote que debe sumarse al despiporre mental del que luego hablaremos. Tengo un amigo ya curado de espantos (es que esto es lo grave, que este deslome ya nos la trae floja habitualmente) que afirma que a él lo que le pone de verdad es ver a una señora vestida desde el cogote hasta las uñas de los pies. No, si va a tener razón el jodío…

El otro día se desnudaban las componentes de un club de fútbol de Navalcarnero en protesta porque la gente acude poco al campo para verlas trotar detrás de una pelota. Varios días antes una chica, conocida porque en un reciente viaje a México la querían empurar en la trena por llevar un pistolón en la maleta, salió como su madre la trajo al mundo en la revista Interviú, encantada de mostrarnos sus encantos y de cobrar de paso una buena morterá de billetes de euro. Casi al mismo tiempo, un centenar largo de chicos y chicas de muy buen ver dejaban al aire la totalidad de sus pieles blanquecinas en la okupada y amontillada ciudad de Barcelona para protestar por las pieles de visón y otros bichejos. Lo hicieron para llamar la atención sobre el particular, sin caer en la cuenta de que los primeros planos de las afotos mostraban a féminas y féminos de bellas redondeces y músculos estilizados que -por eso mismo- llamaban mucho más la atención que el motivo de la protesta, con lo cual todos los observadores se olvidaron de los horripilantes abrigos de visón para concentrar sus ojitos en el visón triangular de la señoritas y señoritos despendolados. No parece que el desnudo integral de los amigos de los peleteros cumpliera con sus objetivos previstos pero en fin, doctores tiene la madre iglesia. Que, por cierto, cualquier día de estos tenemos a un obispo mostrando sus partes pudendas en defensa del misterio de la santísima trinidad.

En las Navidades, bomberos, amas de casa, personal de la limpieza y hasta viejecitas también colaboraron en la bella tarea de despiojarse de ropas superfluas, siempre con el loable propósito de obtener unas perras dinerarias con las que hacer alguna obra de caridad ajena o propia. El caso es quedarse en cueros vivos o asomar una hectárea de carne para que el prójimo se lo pase bien al tiempo que se redime soltando la mosca en forma de donativo o contribución humanitaria. Hasta una concejala de Lepe ha tenido sus días de gloria mostrando su “programa de gobierno” de pies a cabeza en una revista local. Ya sólo falta que la Ministra de Sanidad o la vicepresidenta De la Vega salgan un día de éstos en el Play Boy, demostrando que el gobierno del jefe Zapatero no tiene nada que esconder. Yo mismo, sin ir más lejos, estoy pensando en tirarle los tejos al Interviú para posar disfrazado de lagarterana pillada in fraganti cuando me quedaba en cueros y pellejos justo antes de meterme en una bañera de hidromasaje. Con las tres perras gordas que me den por el reportaje gráfico haré una obra de caridad como –por ejemplo- comprarme un nuevo ratón óptico. (Yo es que entiendo la caridad cristiana como todo el mundo: en primera persona y luego, si sobra algo, en segunda, tercera y clase turista).

Espero que la fiesta del despelote verbenero siga alegrándonos las pajarillas y los pajarillos, aunque las ganas de enseñar los mondongos se disfracen de caridad, narcisismo o protesta social. Lo que me desespera es el desnudo integral de cerebro que muchos nos endilgan aprovechando que salen en una telecaca, ocupan la presidencia de un garito politiqueril o hacen una película made in Spain. En primer lugar porque suelen estar anoréxicos de ideas sanas y brillantes. En segundo lugar porque con su exhibicionismo barato (aunque nos sale por un pico, vía impuestos) pretenden aparentar lo que no son y restregarnos a los curritos de alpargata que, además de unos pringaos, olemos a estiércol y somos más rancios que el tocino añejo. Y en tercer lugar, porque lo suyo no sólo no nos levanta el ánimo o ánima si no que encima nos lo/la encoge viendo el ridículo soberano que hacen.


La última gala de los premios Goya de cine podría ser un buen ejemplo retratístico de lo que comento respecto a estos exhibicionistas de la nada mental. Mucho traje de alto copete y diseño, mucha alfombra roja o verde, mucho muá muá, muchas hipócritas sonrisas pero nada más abrir la boca los interfectos/as se veía uno obligado a salir corriendo hacia el W.C. para echar los higadillos a consecuencia de la estupidez, memez y horterada contemplada y oída. Al cabo de la vomitera regresaba uno de nuevo al salón, a clavarse como una estaca en el potro de tortura del sofá, con la vana esperanza de que alguna gachí o gachó de la gala tuviese a bien abrirse de piernas y de traje y enseñarnos su preciado tesoro, que digo yo que alguno tendrán cuando ganan tanto, son tan famosos, nos dan lecciones de urbanidad y buenas costumbres y todo ello con nuestra pecuniaria aquiescencia en forma de impuesto revolucionario (perdón, quise decir, subvención, en qué estaría yo pensando…).


De un tiempo a esta parte nos ha dado por desnudarnos (unos de cuello para abajo y otros de pescuezo para arriba) y es que estamos en un sin vivir los espectadores y los protagonistas. No debe extrañar que el resfriado y la gripe continúen siendo moneda corriente en este putiferio, no sólo el más avanzado socialmente del planeta Tierra (y parte del sistema solar) sino el que menos prejuicios muestra a la hora de mostrar a todo hijo de vecino/a, y con cualquier pretexto, sus vergüenzas toreras. Al Puñetas, que es un antiguo, le enseñaron que siempre hay que mantener oculto algún cartucho en la recámara por aquello de poder seguir sorprendiendo al prójimo y a uno mismo, pero se ve que en los tiempos que corren cualquier peso interior se hace insoportable de llevar. Bueno… ¡viva el despelote y olé!

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