Todos los aƱos por estas fechas los medios de incomunicaciĆ³n, esos que apenas nos informan sobre lo importante pero que se hartan de hacerlo sobre lo insustancial, nos dan la paliza en torno a la Pasarela Cibeles, un mercadillo de la moda para gente extravagante y con pasta, mostrando al pueblo cateturrio cĆ³mo tiene que vestirse, aunque la experiencia nos dice que la gente corriente suele tener mejores gustos y, sobre todo, que lo que no tiene es un puto duro para comprarse esas vestimentas y esas zarandajas.
Este aƱo el circo cibelesco ha estado muy entretenido gracias al famoso Ćndice de masa corporal de las modelos.
-¡AnorĆ©xicas, no, gracias! – han dicho los organizadores del evento, pasĆ”ndose por la piedra de la bĆ”scula a todas las posibles desfilantas.
-¡En bruto, 42 kilos y en canal 39! ¡Devuelta a los corrales!
Algunas tops han dicho que a ellas no las pesa nada mƔs que el pediatra y se han negado a acudir a los madriles para mostrar su palmito al respetable. Ellas se lo pierden.
En verdad os digo que el espectĆ”culo ha sido, como todos los aƱos, clamoroso, glamouroso y empalagoso. Ver a esas chicas escuĆ”lidas trotar encima de la pasarela como lo harĆa un caballo de Domeq, luciendo menos tela encima que papeles un inmigrante cayuquero, es que da mĆ”s para un “seƱorita, la invito a cenar una fabada en mi cuadra particular” que para una admiraciĆ³n por lo bien que lleva el ropaje sobre la percha. Los vestidos suelen ser muy monos la mayorĆa de las veces, pero uno supone que acabado el desfile los pasarĆ”n al reciclado porque es que en mis muchos aƱos de gente de pueblo jamĆ”s he visto un modelito de estos llevado por una persona “normal”, salvo en los bodorrios de reyes y pelagatos famosuelos, donde sĆ se suelen lucir adefesios semejantes. Deduzco, ademĆ”s, que los trapos valen un potosĆ por lo que a ver quien es la guapa que los compra o el guaperas que los regala. Si ya una camisita y un canesĆŗ fabricado en China con hojas podridas de abedul cuesta un ojo de la cara, habrĆ” que ver cuantos ceros debe llevar el cheque que pague uno de esos modelos que, entre trote y trote caballuno, las modelos de la Cibeles y de otras pasarelas mundiales portan sobre sus muchos huesos y flacuchas carnes.
Eso sĆ, hemos visto muchos pezones satinados y gasificados y muchos culos verbeneros desfilando en plan marcial, que es a lo que se reducen al final los desfiles de moda mĆ”s famosos: un pretexto para que en los telediarios y en horario infantil se puedan ver los bellos atributos (aunque, ojo, que la tele engaƱa mucho y todo lo engorda) de esas seƱoritas y algunos seƱoritos que ganan un pastĆ³n por lucir osamenta bajo unos focos, sin tan siquiera adornarse con un cantar por soleares o unas palabritas en forma de madrigal o soneto. Y encima llaman “evento cultural” a estos mercadillos de ropita. Los hay exagerados.
Lo mĆ”s gracioso es que en ellos los diseƱadores y otras gentes sabias nos dicen quĆ© colores debemos llevar en la prĆ³xima temporada, si los pantalones portarĆ”n florecillas estampadas o autĆ³grafos de futbolistas famosos y si las bragas deben ser de lana o de esparto. Naturalmente que nadie les hace caso porque el sector cutre de la sociedad (el 95 % de los homĆnidos) estĆ” mĆ”s preocupado por otras cosas, como ver quien gana la Champion Li. Somos borregos pero no borregazos.
Total, que acabĆ³ la Pasarela Cibeles y nos hemos quedado descansando. MĆ”s no hay que preocuparse, que pronto llegarĆ” otra paliza modil pues con cuatro sayos y unas cuantas fotos o imĆ”genes se elaboran lindos reportajes que cuestan una minucia y en cambio permiten rellenar cientos de horas y pĆ”ginas de los mass media. Es de lo que se trata: de mostrar lo insustancial para que lo verdaderamente importante quede siempre en el armario. Y asĆ vamos, de moda en moda, buscando el despelote integral: nada en el cerebro, nada en los bolsillos, nada en la entrepierna. Borregazos.
2 comentarios:
Y lo bueno, amigo PuƱetas, es que encima nos lo han vendido en todos los informativos como un gran paso de los responsables de la tal pasarela para atajar la anorexia, la bulimia y todas esas zarandajas. Como si ahora, despuƩs de estar ellos mismos vendiendo a las adolescentes una imagen esquelƩtica durante aƱos, se convirtieran en los paladines de la talla 44.
Es como si Jack el Destripador pretendiera convertirse en adalid de la protecciĆ³n social de las prostitutas despuĆ©s de aƱos sacĆ”ndoles los higadillos.
Es lo suyo: cambiarse de chaqueta.
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